Parece que ya está todo inventado:
El café descafeinado, la cerveza sin alcohol, la leche desnatada, el edulcorante sin azúcar, el sexo por teléfono, las amistades virtuales... y ahora también los cuentos descontados. Que digo yo que habrá que llamar así a las nuevas versiones que hay de los cuentos clásicos, los de toda la vida, pero a los que se les ha privado de toda gracia. Es decir, de la violencia, la envidia, el odio, el maltrato...
Es que, desde luego... ¡qué mal suenan estas palabras! Bueno, pues como suenan tan mal, ¡vamos a quitarlas! Venga, las borramos y ya no existen, ¡qué fácil! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?
Bueno, ¿y a qué viene todo esto ahora? ¿Qué mosca le ha picado a ésta? ¡Si llevamos años viendo los resultados de la factoría Disney! Pues igual, por eso mismo. Es que ya es demasiado dulce para el cuerpo.
Ayer, sin ir más lejos, tuve un impacto muy grande. Pues resulta que me cuenta un padre que, en la versión de Caperucita que cuenta a su hijo de 4 años, el lobo no se come a la abuela, sino que ésta ¡se esconde en el armario! Pero vamos a ver... ¿es peor que el lobo se coma a la abuela a que ésta se esconda en el armario, mientras ve cómo su nieta está en peligro, sin hacer ni decir nada? ¿Qué queremos enseñar a los niños? ¿Que cuando entra un malhechor en casa, sus mayores no le van a defender? ¿Es eso mejor? Pues que venga alguien y me lo explique, que yo no lo entiendo.
A mí me parece mucho más normal que el lobo se coma a la abuela, que para eso es el lobo, y luego ya veremos qué hacemos con él. Porque sino, ¿quién es el malo aquí?
Reconozco que hace mucho que no leo las Caperucitas que se publican últimamente. Bueno, en realidad, las dos últimas que he leído han sido "La niña de rojo" escrita por Aaron Frisch e ilustrada por Roberto Innocenti (Kalandraka, 2013), en la que aparece un lobo moderno, pero lobo al fin y al cabo; y la versión de Charles Perrault, con ilustraciones de Gustavo Doré (Edhasa, 2003) en la que Caperucita acaba en la cama con el lobo y éste se la come. Muy fuerte, ¿no?
Pero, ¿para qué están los cuentos sino? ¿Qué hacemos quitándoles la sal, la cafeína, la grasa, el azúcar que contienen?
Ya dicen ciertos estudios que el descafeinado es peor que el café-café, que la sin alcohol es peor que la cien por cien, y los edulcorantes que el propio azúcar. Pues aquí pasa lo mismo.
Nos estamos quedando sin lobos devoradores y sin abuelas de las que te puedas fiar.
¡En qué mundo vivimos!
Blog sobre narración oral, de la narradora Inés Bengoa
Bienvenidos a Diario de una Cuentera. Este espacio es una especie de Cajón Desastre donde iré colgando recomendaciones literarias, reflexiones, experiencias sobre narración oral, noticias, cuentos... y todo aquello que vaya surgiendo en mi andadura como contadora de historias. Pasad, echad un vistazo; ¿té o café?
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Inés Bengoa es miembro de AEDA
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